sábado, 25 de febrero de 2012

Ya no hay soledad sin mi locura


Al fin solos yo y yo. ¿Y ahora qué? ¿A quién mirarás cuando quieras olvidarte de tu miedo? Ya no hay camino, solo bosque de edificios y carreteras. Estoy perdido, y aun así mi sino se avecina a este destino incierto, y mi credo no da respuestas por correo certificado. ¿Y ahora qué? Ruge otra vez si quieres volver a sentir lo que eres, llora lluvia desde una nube directa a un corazón, grita un susurro dormido en sus ojos. Ya no hay salida, ahora tienes que mirar, afrontar lo que te cuenta el espejo de ladrillos del que no puedes escapar, y escucha su lamento de silencio en tu cerebro, en tu alma dormida tras su viaje de verdad y mentira a través de un tiempo perdido. Encuentra un escollo, un rincón, una melodía donde meter tu soledad y tira la llave de su caja de música. Ya no hay escudos en una guerra sin espadas de hojalata que matan dragones de oro puro en castillos de cristal. Ahora ese castillo se rompe en mil pedazos a la luz de una lágrima que cae sin remedio a las entrañas de una Madre Tierra que nunca quiso sentir el frío y metálico tacto de tus ojos. Ya no hay lápiz ni papel arrugado en una carpeta de misterio donde nunca guardaste otra cosa que esa locura. Ahora hay un alma que escribe con sangre y no con tinta en el tablero de ajedrez donde mueves tú y no hay rival, y aun así no puedes ganar a la nada que se sienta pensativa en la silla de en frente observando la posición, y quieta, melancólica y punzante mira directamente a la parte del tablero donde escondes tus secretos. ¿Cómo puedes seguir cuando no sabes donde empezaste? Quiero volver a nacer y verlo de nuevo. Quiero acurrucarme en una cuna, quiero mirar desde un cuerpo indefenso la mortalidad de sueños que se avecina en mi futuro ya pasado. Quiero intentar cambiar de sitio la arena que se me cae entre los dedos y vuelve a la misma playa antes de que pueda guardarla en mi recuerdo. Quiero que el mar mire mi historia y la escriba mientras yo solo leo las páginas en blanco que se secan al viento. Quiero saber y no puedo. Quiero vivir y no escribir lo que quiero. Quiero terminar esto que mata y aunque emborracha no cura. Quiero solo una palabra, y en el diccionario de mi llanto no la encuentro. ¿Y ahora qué? ¿Ahora qué te queda? Aquella que siempre va contigo de la mano, aquella que no te suelta y cuando te mira te vuelve a sonreír al comprobar que aun conservas sus recuerdos. Aquella que se olvida de que existe un mundo más allá de aquella esquina. Aquella extraña sensación de que no necesitas más que luz y fuerza. Aquella que por saber de su existencia no la olvidas. Aquella que solo tiene un nombre y mil caras en mi espejo. Aquella locura incierta que crece hoy en mi pecho y en un chorro de aire sale para abrazar a su compañera de fatigas, y juntas de la mano, vuestra soledad y mi lokura hablan en un bar mientras piden tres cervezas. A esta ronda invito yo.

viernes, 10 de febrero de 2012

Sueños de hotel en siestas de cajeros

Y ahora vuelves a empezar tu final. En un teatro en el que estrenas el día antes del ensayo y sales a escena borracho de sueños, de ilusión embotellada, de lágrimas de poesía. Hay guionista pero no te ha pasado el guión, no hay butacas, no hay público, solo los hilos que mueven mis brazos desde lo alto, y solo puedes luchar dando tumbos una noche cerca de la puerta del olvido, donde se oyen plegarias para que dejen entrar a los sueños y puedan dejar atrás mi recuerdo. Vagabundos por las calles de la ciudad de las dudas arrastrando los hilos que los mueven sin moverse, sueños de hotel de carretera en noches de siestas por cajeros en invierno con carteles de autoestop que tienen escrita la sentencia: no despertar hasta la hora de vivir.