Leo el mismo libro una y otra vez en el
mismo banco donde espero que llegue el momento que pasó tras tus
pasos a la orilla de aquel río. Cierro los ojos y busco con fuerza
encontrar esa imagen que solo aparece en el reflejo de las gotas de
cristal que mojan los cristales rotos esparcidos por el suelo tras la
lluvia de unas estrellas suicidas que buscan ahogarse bajo el puente
donde las luces de la ciudad acarician suavemente tu sonrisa. Tras el
párrafo final del primer capítulo se muere de nuevo este abrazo,
tras la mirada de una luna que sonríe tímidamente escondida entre
las nubes entierro los minutos que pasaron juntos en un segundo, y
que aparecen difuminados en sonrisas fugaces de mañanas cortas
durante el resto de una vida somnolienta que sueña con volver a
postrarse frente a esa página ante la que esperaba indefenso el
final de tu abrazo. Ahora ya no puedo ver mirando el lápiz
sostenido por mis manos frías la figura de tus manos buscando calor
entre las mías, las dibujo en un suspiro y caen entre mis dedos como
humo que persigo entre la niebla. Toco a instantes el momento que no
tengo a mi alcance en ningún rincón de mi recuerdo, hasta que tras
la barra aparece de nuevo el párrafo que leo al final de cada
cerveza, entonces vuelvo a aquel bar, donde apareces tras el humo
entre la niebla, donde aguanto por un par de rondas el recuerdo, la
vida, la lluvia de cristales rotos estrellados como estrellas en el
río de luces de primavera, el sueño, la página del libro que leo
siempre en el mismo banco, la cerveza, el 'me voy que llego tarde, la
próxima invito yo'.
Y allí acabo una noche más,
escribiendo de nuevo en el mismo papel la historia que escribo cada
noche al pie de la misma farola, donde el mismo perro vuelve siempre
a tumbarse a mi lado, y sin esperar un ladrido más sé que espera
que le lea otra vez mi relato para coger el sueño, esperando una y
otra vez para oír la historia de tus ojos escondida en el relato
de mis días que viven solo esta noche en mi papel.