domingo, 14 de julio de 2013

De sus restos

¿Qué queda del adolescente simulacro de poeta que con lápiz y guitarra escribía notas en un cuaderno que leían los que miraban en su boca la letra de otra canción? No queda miedo de mensajes perdidos en una botella de ron, no queda amanecer sin cosquillas, no queda anochecer con mañanas sin desayuno de sueños. No quedan signos de interrogación circulares en la línea 6, no quedan escaleras sin veranos que llevaban a las nubes para dejar de ver las estrellas de cerca, tocarlas con sonrisas y caer con lágrimas suicidas de soledad. No quedan palabras, no queda papel, no queda lápiz, no queda locura, queda fuerza y, entre sol y sol, compañeros fantasmas de tascas sin cerveza en sus neuronas le enseñan que queda luz de cristal que se rompe bajo cada puente de madrugadas sin adjetivos. Otra ronda corre de su cuenta mientras espejos de humo y niebla reflejan bailes sin música en lo que esperamos otro poeta que escriba de su puño y guitarra en su cuaderno una canción, mientras una canción espera una guitarra para despertar los despojos de cualquier poeta.

martes, 9 de julio de 2013

En tu orfanato

Listas de cosas por hacer escritas con ojeras de noches para olvidar lo que olvidaste hacer el día en que mirabas sin vergüenza las ventanas de esos orfanatos de ideas huérfanos de cimientos. Tras la luz tenue en tu mesa miras ahora el paisaje desde la habitación 829 esperando a que cada pared ceda en un terremoto sin fuerza entre un mar de mentira y un cielo mentiroso. Melodías desafinadas en pianos a medio afinar sacuden un pensar que no despierta y no huele la necrosis a la que somete a su vieja juventud, que, perdida en reuniones con traje y canapés entre una culpa que no existe y una angustia que llegará tarde, baila al son de la música olvidando que alguna vez fue joven. A veces, unas pocas, el cantante deja el piano, se levanta y grita, sus ojos lloran veneno y su cuerpo respira paz, entonces se escucha su canción de valor desmedido entre los cobardes de otra tarde que se habían cansado de esperar a que otro gallo cantara mientras se quedaban afónicos por los gritos de su indiferencia a la soledad del que no vivió con otro objetivo que seguir viviendo mañana. Ahora los pocos locos cantantes ya no lloran, ya no gritan, solo tocan su piano a medio afinar, esperando que un terremoto sin fuerza tumbe las paredes del bar donde cada noche tratan de olvidar lo que olvidaron recordar entre los suspiros de cada idea borrada con canciones de cerveza.