viernes, 22 de enero de 2016

Mi penúltima esperanza

Declaremos la guerra al silencio de miradas matutinas que no es capaz de acallar ni la misma soledad. Rodeados de cientos de personas nos echamos a la calle a la caza de otro día más y en silencio hablamos con nosotros mismos, a veces de más, escuchando acusaciones que un juez de tu conciencia no querría escuchar, acabaría por encarcelar al fiscal de tus ideas si supiera que te mueres por gritar y al callar no te respetas. Parece que no queda salida, que en los ojos de la gente ya solo queda resignación y un día menos para ganar esta partida, solo queda azul profundo de un mar seco de vida. Pero me niego a que sigamos siendo pobres, cuando en nuestros bolsillos vacíos de oro y plata encontramos cada vez palabras nuevas que acurrucar entre los brazos de otro sobre. Cartas de ideas, sencillas iniciativas para empezar a andar un camino y a replantar el mundo con esa semilla de la luz y la fuerza nunca hasta ahora vistas. Son pocas sílabas las que pueden cambiar el mundo, expulsando de nuestro lápiz y papel todo el discurso del corrupto desamor entre la palabra y el escritor, enterrando en una caja de madera tonta de una vez por todas al dictador de nuestros sueños. Dejemos de ser contaminados por el humo de nuestro propio salón, donde cuatro desconocidos nos ahogamos desde antes de que yo quisiera ser yo. Respiremos el aire limpio de otro idioma, del que antes era nuestro y ahora se vende al mejor postor, de las palabras del afecto hacia esta nueva juventud, de todas las cosas que perdimos en nuestros recuerdos un poco antes de que tú dejaras de ser tú. 

Estas son mis armas, palabras que parecen ya gastadas. Pero ya sea entre las páginas de una historia sin final, entre los versos prosaicos de un poeta sin edad, entre las rimas fulgurantes de cualquier tema de rap, entre las notas mal cantadas de un rockero de verdad, esas palabras son mi penúltima esperanza en esta guerra contra la nueva realidad.

D. Caro