lunes, 25 de abril de 2016

El precio de tu rescate

Cuando me arropaste entre tus miedos con un pestañeo no esperaba conocer el abismo tras tus pupilas. Cuando sonreíste de nuevo al ritmo del silencio, cuando al girar en tu torpe baile de primavera nos caímos hacia las nubes, no quise darme cuenta de que mi sustento era la lluvia que caía con nosotros. Te busqué tantas veces después de encontrarte, que ahora me pierdo en mis recuerdos difuminados en la ventana, y tú no me encuentras en los tuyos. Si hubiera podido aferrarme a una sola historia de las que cuentas entre memorias, confesiones y diarios sin escribir, quizás notarías mi frío cuando respiras del mismo tiempo que se acabó antes de empezar.

Sale de nuevo el Sol que ilumina nuestras lunas, centellean estrellas en el reflejo de los charcos y tú solo puedes seguir andando sin escuchar mis llamadas de socorro desde el otro lado. Me tienes bajo llave en una cárcel sin rejas ni paredes que puedan tapar lo que escribes, cuando susurras lo que sentiste cuando solo yo te escuchaba. Sigo esperando sentado en los andenes de tu sino a un tren sin retraso, soñando con que te despiertas y has pagado los sollozos que pedían de rescate los secuestradores de tus noches sin mí. Despierta por favor, mírate de nuevo, y sácame del otro lado de tu espejo.

D. Caro

lunes, 11 de abril de 2016

¿Qué vale nada?

¿Quién da más por nada? Por esa nada que existe en dos velas, tras la llama extinta de fuegos artificiales a medio gas de nubes llorando mares. Por esa nada dimos todo a quien nadie debe más que lo que ganan en apuestas al mejor perdedor los rumiantes de almas y de juegos malabares tras cristales de humo y flores que viven grises por el humo hecho cristales.

¿Qué más da quien dice que no tiene nada? Dice que no sabe lo que quieren decir sus silencios de mentira, su corbata rota que le ahoga en un agua cristalina, en carreras a pleno pulmón de veranos en otra tierra en la que brotaba vida. Ahora la pisan sus zapatos pequeños de payaso, aun con los cordones desatados, pero ya no hay manos en su pecho recogidas, acostadas al compás de su latir de sístole ennegrecida y diástole arrepentida entre sonrisas mal escritas.

¿Cuánto pierdes si este aire ya no vale nada? Si sabes que la luz que proyecta tu sombra nunca se escapa a sus miradas, si entiendes que llorar la lluvia que cae en mi mundo es solo mojar mis entrañas ya mojadas, si puedes volar en el suelo y me crecen alas en cada vaivén de tus pestañas... Entonces mírame mientras despego dejando todo abajo en la estacada, llevándome conmigo todo lo que nunca más que ahora ha valido nada.

D. Caro