Listas de cosas por hacer escritas con
ojeras de noches para olvidar lo que olvidaste hacer el día en que
mirabas sin vergüenza las ventanas de esos orfanatos de ideas
huérfanos de cimientos. Tras la luz tenue en tu mesa miras ahora el
paisaje desde la habitación 829 esperando a que cada pared ceda en
un terremoto sin fuerza entre un mar de mentira y un cielo mentiroso.
Melodías desafinadas en pianos a medio afinar sacuden un pensar que
no despierta y no huele la necrosis a la que somete a su vieja
juventud, que, perdida en reuniones con traje y canapés entre una
culpa que no existe y una angustia que llegará tarde, baila al son de
la música olvidando que alguna vez fue joven. A veces, unas pocas,
el cantante deja el piano, se levanta y grita, sus ojos lloran veneno
y su cuerpo respira paz, entonces se escucha su canción de valor
desmedido entre los cobardes de otra tarde que se habían cansado de
esperar a que otro gallo cantara mientras se quedaban afónicos por
los gritos de su indiferencia a la soledad del que no vivió con otro
objetivo que seguir viviendo mañana. Ahora los pocos locos cantantes
ya no lloran, ya no gritan, solo tocan su piano a medio afinar,
esperando que un terremoto sin fuerza tumbe las paredes del bar donde
cada noche tratan de olvidar lo que olvidaron recordar entre los
suspiros de cada idea borrada con canciones de cerveza.
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