Salió a la calle y miró
a las estrellas mientras intentaba oír el mar. Las olas golpeaban
con extrema dureza sus ventanas. Caminó por la arena de su salón
hasta llegar a su terraza de madera. Notó como sus pies se hundían
a medida que el agua le mojaba las piernas. Oyó los gritos de la
estrella mientras miraba el brillo del mar. Se colgó de los
acantilados que tenían escrito en cada roca la esquela de una nueva
ola. La resaca lo llevó hasta el cielo donde las nubes lo arroparon
y durmió hasta el amanecer. Cuando se despertó no había nada. Ni
un pájaro volaba a la altura a la que ningún pez quería nadar. No
supo como responder a la pregunta que le lanzaba el viento empujado
por un susurro que lloraba y decía “¿Dónde estás?” Buscó
entre la nada todo lo que sabía y cuando encontró lo que buscaba lo
guardó en una maleta de mano que nunca quiso facturar. En el vuelo
de vuelta a la consciencia le pidió a la azafata un café bien
cargado. Tras tomarse su whisky con unas gotas de café volvió a la
calle del olvido, donde le pude ver por última vez. “¿Donde
estabas?” Le pregunté con un susurro movido por el viento. No supo
responder, y simplemente, dando media vuelta vio todo lo que para mi
no era más que sombras de preguntas que me tapaban el sol y para él
no era más que luces arrojadas por las respuestas. “Lo sabrás
cuando no tengas más remedio que saber” y suspirando antes de dar
el primer paso regresó al lugar del que venía.
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