martes, 26 de marzo de 2013

Pelea (II)


¿Saben esa oscura y tierna sensación de que piensas una vida que no sabes vivir? En ese momento en el que te escupes broncas frente al espejo en tu examen de conciencia y piensas que a partir de entonces todo puede ser lo mismo y diferente. Me duele la cabeza y la toalla se tiró hace tiempo, está cansada de tanto secar mi falta de amor propio. Sigo navegando en barcas sin remos por corrientes difusas en lagos de remordimientos porque alguien decidió tirar de la cadena. Solo quiero romper con todo y dejarme atrás y soy el mono de la foto que se tapa los oidos para no escuchar lo que dice el que se tapa la boca. Si no puedo mover de su sitio las piedras que tapian mi ventana sin salida para qué luchar en la calle con mi miedo. De batallas perdidas en causas injustas muchos héroes creyeron ser salvados por quien de verdad eran; solo se levantaron para sobrevivir como las ratas que se colaron por el agujero del órdago al mérito ganando sin juego y con pares guarros. Al final acabas siendo el que no te gusta ser, juegas al mismo juego persiguiendo un sueño que no llega porque tu indiferencia y mediocridad hacen las mismas trampas una y otra vez. Hay quien dice que cuando vives te dedicas a caminar eligiendo caminos, pero se tumban a esperar que el camino se mueva hacia atrás bajo su sofá, viendo pasar la publicidad a medida que cambian de canal y la indignación crece al ver lo que hacen un grupo de infelices tumbados al otro lado del cristal. Poco dura la sesión de autocrítica en la memoria de un cerebro marchito de ideas contra su rutina diaria de acoso y derribo a la demencia.
Leemos lo que escriben, admiramos su genialidad, adoramos su palabra profunda y sonora y no cogemos el lápiz para escribir nuestro cuento de falta de talento sin contrastar. Miramos con gusto la música que sale de las manos del pianista de tercera del bar, y frustrados por sus teclas ágiles entre los dedos decidimos tapar el piano de casa para que no coja polvo mientras nos tomamos la última sin ganas de llorar.
Tranquilo, sentado, reposando mi derrota en el banco de la estación en mi vuelta al letargo de la ignorancia, veo pasar los trenes sin cambio de horarios, y mi escaso margen de locura grita desesperado y aburrido: levántate y corre para que yo por lo menos pueda huir de este calvario... Sigo esperando que un dolor me estremezca hasta levantarme con el susto de mi propio llanto, sigo esperando salir y correr detrás de la oportunidad de no ser otro idiota del mundo, sigo esperando a que mi demencia y mi coherencia ganen la batalla contra la soledad del meditabundo escritor de diarios prohibidos... Sigo esperando y mientras pienso miro el reloj de la estación que avanza quieto hasta la hora del próximo tren, y lo miro fijamente, tranquilo, mientras la toalla cae al suelo de mi mañana una vez más, y al amanecer sigo en mi banco, sentado para poder levantarme el día en que gane la batalla con mi miedo al miedo.

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